viernes, 31 de enero de 2014

De cómo hacer un blog y fallar en el intento

Son las 2:28 am. Me quise hacer la sana, me fui a dormir temprano (estaba muy agotada de hacer ABSOLUTAMENTE NADA todo el día). Estoy de vacaciones y suena genial después de estar todo el año pensando que no llego a las entregas y que cada vez que tengo un parcial, físicamente no me alcanza el tiempo para leer ni los apuntes. 
Pasada la primer semana de la excelente rutina de levantarme al mediodía, desayunar un almuerzo, estar en la pileta y jugar jueguitos de aventura que se te cortan en la mejor parte porque no los comprás, llegué a la inevitable conclusión de que necesito ALGO para no aburrirme. 
Una obligación, chiquitita, como comprarme una plantita y regarla... algo por el estilo. Claro que plantas tuve mil, de jardinería no entiendo nada, y todas las que tuve se terminaron secando o pudriendo por falta o exceso de agua, o en el mejor caso, terminaron siendo adoptadas y vueltas a la vida por mi mamá. Las únicas plantas que tengo son unos cactus. Tres. Divinos. Re orgullosa de tenerlos. Me compre el primero cuando tenía once, un día que fui a Easy con mi mamá a comprar Dios sabe qué, y estaban en la caja para que las nenas que no tienen nada que desear en ese supermercado para do-it-yourselfers se sientan atraídas por las piedritas de colores que tenía la macetita de plástico arriba de la tierrita que rodeaba al cactus. 
Después de unos cinco minutos reales de pelear frente a la cajera, gané la batalla y me fui a mi casa contenta con un cactus peludito y que no pinchaba si lo tocabas (a menos que lo apretes, descubrí después). 
"¿Para qué querés un cactus, Julieta?", "No lo vas a cuidar", "Son feos y pinchan", "Mirá que horribles esas piedritas de colores flúo"; "Porque quiero tener una plantita para cuidar como vos, má", "No hace falta ciudarla, es un cactus: no se riega porque viven en el desierto", "No son feos... Mirá: este no pincha, tiene como peluchito y lo puedo acariciar", "Las piedritas se las saco cuando llego a casa". En el auto volviendo a casa con mi trofeo en la mano, rememoraba mi victoria gracias a CASI puras mentiras, ya lo sabía. Pero estaba feliz porque lo había conseguido. Ahora que lo pienso despúes de varios años, creo que fue seguramente porque mi mamá no quería armar un escándalo en la caja, y no como yo creía, que se debía a mis superpoderes para convencer a la gente. 
Superpoderes o no, el cactus sigue vivo después de catorce años y creció un montón. Con el tiempo le compré dos amiguitos mas pinchuditos y los tres viven muy felices en un cajoncito vintage que compre hace poco, muy cómodos en la mesada de la cocina. Aunque tengo que admitir, muy a mi pesar, que este logro no es mío. También es obra de mi mamá que rescato al cactus de una sequía importante (sí hay que regarlos cada tanto), y más tarde de un exceso de agua cuando me dijo que por mas cactus que sea, había que regarlo. Extremos, casi siempre soy así. Me cuesta encontrar el punto medio.
De toda la anécdota del cactus al que nunca le puse nombre (hecho del que me siento muy orgullosa), vuelvo a mi necesidad de tener una obligación, chiquitita, algo para hacer, y se me ocurrió hacerme un blog, pero como dice la dirección del mismo soy torpe y fraca. Capaz que ni tan torpe ni tan fraca, pero sí un poquito de cada cosa. Torpe porque estuve media hora tratando de empezar a escribir, hasta que me dí cuenta que mi explorador no era compatible con la página (no, no uso el explorer, dije que no tan fraca), y fraca porque probablemente estoy escribiendo algo que nunca nadie va a leer, pero por el momento encontré esa pequeña obligación, o mejor dicho encontré algo para hacer a esta hora (y no tan torpe porque finalmente lo logré). 
Considerando que los blogs son el diario íntimo de este siglo (para la gente como yo, que plasma sus sinsentidos en internet con la esperanza de que alguien lo encuentre de casualidad y lo lea), vuelvo a sentirme un poco fraca, pero trato siempre de ser positiva, y pienso que más fraca sería escribir en un diario íntimo de esos que se usaban cuando era chica, con hojitas de colores perfumadas, y candadito inútil que cualquier persona con un poco de sentido común podía abrir... para ser sincera conmigo misma y con el que encuentre esto y tenga ganas de leerlo y llegar hasta acá, tengo que confesar que hace no mucho lo hice (y cuando digo no mucho me refiero al año pasado), pero esa ya es otra historia. Pero bueno, ya lo dije y no tengo problema en admitirlo, soy torpe y fraca, pero no tanto.